En esta ponencia voy a presentar a la piel como un espacio de trabajo en psicoterapia, como una relatora de historias, del cuerpo-mente de la que es el habitus.
Por tanto, llena de crípticos grafismos, entretejidos entre tensiones tisulares, espasmos de miedo o placer, anhelos y carencias y caricias, conformando una urdimbre unipersonal, pero posiblemente también transpersonal.
La metáfora, vendría a ser la piel, que es pergamino vivo de una historia que nace cronológicamente antes que el propio individuo, y en la que se irán añadiendo dermografismos diversos encriptados en su trama por los sucesivos capítulos de una vida en ella reflejados.
Vamos a tratar con la “cristalización del sentimiento”, se trata de historias ancladas en un tiempo y espacio finalmente tan irreales en el ahora como los aspectos oníricos o los pensamientos proyectivos hacia el futuro, pero que aparecen cristalizadas sutilmente de forma hiriente, en la trama de aquello que conceptualizamos como pasado, perturbando la integridad del conjunto y las percepciones de la persona.
La piel es el espejo de nuestro estado tanto mental como emocional, las alteraciones del mismo o cambios, suelen de forma paralela expresarse en ella, ya sea por cambios en su tersura, brillo, color, o bien de forma más patológica y sintomática.
Los estímulos táctiles, visuales, auditivos, gustativos, etc., parecen activar circuitos cerebrales similares, lo que corraboraría la teoría de una cartografía cerebral supramodal común independiente del sistema perceptivo del que provengan, asociada a procesos tónico -perceptivo-cognitivos.
La piel confluencia de exterioridad e interioridad, ambas llamadas a fundirse. La voy a presentar también junto a algunos de los otros sentidos, como la superficie de un continuum.
